Nostalgia salesiana

El sábado pasado, cerca del mediodía, me encontraba de pie, frente a más de 70 delegados de la región Pacífico–Caribe Sur de la Asociación de Salesianos Cooperadores de Ecuador, Venezuela, Colombia, Bolivia y Perú. Mi amigo Hernán Yamanaka me invitó a su Encuentro Regional para desarrollar el tema: "Institucionalizar" —cómo lograr ser una verdadera institución y cómo diseñar una estrategia para cumplir con la misión que ésta se proponga—. Antes de iniciar mi exposición, quise explicarles qué hacía allí frente a ellos este humilde servidor, que no era Salesiano Cooperador, tampoco ex alumno salesiano, y que incluso había sido expulsado prácticamente de un Oratorio.


Flashback

Hace 27 años, casi a fines de los ochenta, vivía con mis padres en una "quinta" —conjunto de viviendas con acceso por un espacio común— en el distrito de Jesús María; iniciaba la secundaria en el colegio "La Salle", de los Hermanos de las Escuelas Cristianas; y considero que era un púber normal, como cualquier otro, cuya rutina giraba en torno a los estudios, la familia y los amigos del barrio.

Por aquella época, estaba aprendiendo a tocar guitarra; y gracias a mis genes familiares, en poco tiempo ya acompañaba y sacaba canciones "al oído". Al frente de mi casa, vivían dos amigos quienes también hacían sus pininos en la música —los hermanos Carlos y Pepe García—. Comenzamos a juntarnos, en nuestros ratos libres, para practicar guitarra, descubriendo luego que nuestras voces "hacían juego" armoniosamente.

Resulta que mis dos amiguitos eran estudiantes del colegio "Salesiano" de Breña, y su mamá era Salesiana Cooperadora de dicha jurisdicción. En uno de nuestros espontáneos ensayos en su casa, imagino que vio un interesante potencial en nosotros, y nos invitó a participar a una jornada de evangelización a niños de un asentamiento humano —léase en el Perú como "pueblo jóven"— llamado "El Naranjal", organizada por los Salesianos Cooperadores y algunas religiosas de la congregación de las Hijas de María Auxiliadora. Aunque no entendíamos bien de qué se trataba, nos pareció algo divertido de hacer, ya que estaríamos a cargo de las dinámicas y juegos, y de la animación musical.

Llegado el día —un domingo por la tarde—, fuimos en bus hasta lo que hoy es el distrito de Los Olivos. Nos pusimos a disposición del grupo de monjas y animadoras del Oratorio Festivo de María Auxiliadora, y con mucho entusiasmo convocamos a los niños del asentamiento —puerta por puerta—, los reunimos en un arenal, las religiosas y oratorianas hicieron una especie de catequésis infantil, y luego nos tocó la parte "divertida": las canciones y las dinámicas —aquel día nació la leyenda del neófito animador que le dio un lengüetazo al suelo—. Mientras volvía a casa, me envolvieron sentimientos encontrados; por una parte, una extraña satisfacción por las sonrisas que logramos robarles a esos niños pobres, y por otra, una vacía tristeza al pensar en la realidad de esas personas.

Volvimos un par de fines de semana más, hasta que se canceló el proyecto, no recuerdo porqué; pero quedó en nosotros ese bichito de colaborar con la causa pastoral cristiana, de compartir el poco talento que teníamos para hacer pasar un momento bonito a otros niños, y en lo que a mí respecta, de conocer y acercarme más a la misión salesiana. Y con la guía de la señora Alcira —así se llama la mamá de mis amigos—, emprendimos un proyecto pastoral juvenil que se llamaría "Sociedad de Cristo". Sobre esta experiencia escribí hace algunos años:
[...] Miro hacia atrás en el tiempo y me veo allí, creyendo ingenuamente que podíamos cambiar el mundo. Que si reuníamos a más chicos y chicas, podíamos hacer cosas cada vez más "importantes" para nuestra parroquia. Que canalizando positivamente nuestras energías a través de cantos religiosos, juegos y conversaciones seudo-filosóficas, estábamos más cerca de Dios. Miro hacia atrás en el tiempo y me siento un tanto ridículo.
Sin embargo, fue el primer gran proyecto de mi vida. Nada hasta ese entonces me había entusiasmado tanto y, junto a otros "loquitos" como yo, mantuvimos este grupo juvenil vivo y activo durante varios años. A pesar de los buenos y malos momentos —y aunque no hayamos podido lograr que Renzo decidiera bautizarse—, la Sociedad de Cristo me dejó los mejores amigos que podría uno tener, especialmente el "tipo flaco y pelucón" de allá arriba. 
Hace poco me encontré con un amigo de aquellos años. Él había pasado por momentos muy difíciles. Me dijo algo que me dejó sorprendido: "Que la Sociedad de Cristo había sido la mejor época de su vida". El haber logrado algo así, como dice Miguel Angel Cornejo, el haber "trascendido" en la vida de alguien, le dio a la Sociedad de Cristo el sentido que siempre le había cuestionado.

Back to the present


Como se imaginarán, el sábado pasado en el Encuentro Regional, no conté toda esta historia con el lujo de detalles que me permití en este post; pero sí les hice un brevísimo resumen de lo que sentía en ese momento: agradecimiento puro y honesto a la labor apostólica de los Salesianos Cooperadores, en especial a aquella Salesiana Cooperadora de mi barrio, que impulsó y acompañó mis primeros pasos en un camino maravilloso, hace 27 años, y a quien siempre recordaré con cariño desde el fondo de mi corazón.

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